Luz Quilligana
- Jhoselin Peña
- 16 nov
- 2 Min. de lectura
Tres décadas caminando Guaranda con sabor, constancia y cariño
En Guaranda, hay figuras que se vuelven parte del día a día sin necesidad de anuncios ni letreros. Una de ellas es Luz Quilligana, quien a sus 65 años continúa recorriendo la ciudad con el mismo empeño que cuando empezó a trabajar siendo muy joven.
Desde hace más de 30 años, doña Luz, ofrece uno de los bocados más apreciados en las calles guarandeñas, cueritos con chochos, tostado y ensalada, un plato sencillo en apariencia, pero que guarda técnica, cuidado y tradición. Su clientela la identifica por el sabor, sí, pero también por su presencia constante y ese trato cercano que se ha vuelto parte de su identidad.

Su jornada inicia alrededor de las ocho de la mañana en el subcentro de salud del sur de la ciudad. Desde allí, comienza su caminar diario que ya muchos conocen de memoria, avanza hacia el sector del Registro Civil, continúa hasta los bajos del Obispado cerca de las 10h30 donde la afluencia crece y las ventas se vuelven más dinámicas y finaliza su ruta después del mediodía en la esquina del parque Echeandía, donde cierra la venta del día.
Para muchos, su paso se anuncia antes que ella, bastan los saludos que reparte con naturalidad. “Mi amor”, “mi cariño”, “mi bonita”, “mi señorita” palabras que nacen de un trato genuino, no aprendido. Ese acercamiento, sumado a su sabor casero donde destaca el ají molido en piedra que ella misma prepara, ha convertido su recorrido en una tradición más dentro de la ciudad.
Doña Luz habla con orgullo de la camaradería entre los comerciantes ambulantes. Se cuidan, comparten y se acompañan. En su mundo, la competencia no existe, lo que prima es el apoyo, el respeto y la certeza de que todos están en la misma lucha diaria.

Su oferta es accesible. Como ella misma dice, “aquí hay para todos los bolsillos”, porque la comida de calle también es un acto de corresponsabilidad con quienes, al igual que ella, construyen su día en movimiento.
Son tres décadas caminando Guaranda, tres décadas en un oficio que no concede descanso. Ya un así, doña Luz mantiene la misma sonrisa con la que atiende a cada cliente que cruza su camino. Su historia no solo habla de esfuerzo, sino de una manera de vivir que sostiene a familias enteras y alimenta, literal y simbólicamente, a una ciudad entera.

