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Facundo Gavilánez

La molienda, una actividad hecha desde lo más dulce del corazón


Que bondadoso es nuestro subtrópico bolivarense, donde el aire huele a caña y el tiempo parece pasar más lento, aún se escucha el crujido de los trapiches antiguos. En Cedropamba, una comunidad del cantón Caluma, don Facundo Gavilánez mantiene viva una tradición que poco a poco ha ido quedando atrás, la molienda.


Allí, entre árboles altos y senderos de tierra, su molino gira al ritmo de los pasos de los mulares que arrastran la estructura circular para exprimir el jugo de la caña. Es una escena que hoy parece sacada de otra época, pero que para don Facundo es parte de su vida cotidiana. Aprendió el oficio de sus padres y aunque los años no pasan en vano, sigue firme, cuidando cada parte del proceso con la misma dedicación de siempre.


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“Antes todos usaban mulas, no había motores. Ahora son contaditos los que seguimos así”, dice con una mezcla de orgullo y nostalgia. No lo hace solo. En cada jornada lo acompañan sus hijas, Delfa e Irma y su pequeña nieta Dayana, quienes no solo ayudan, sino que también han heredado el amor por esta actividad que une generaciones.


En su molienda ya no se produce en grandes cantidades, pero sí con calidad. Se enfocan en el dulce granulado, que preparan cuando hay pedidos. “La gente ya conoce nuestro producto, por eso vienen a buscarlo. Aquí no hay químicos, solo lo que la tierra y el trabajo honesto dan”, comenta don Facundo mientras mecía el ardiente jugo en el fogón a leña.


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Aunque ha pensado en dejarlo, especialmente cuando el cuerpo ya no responde igual, siempre vuelve. El dulce sirve para el consumo de la familia, pero también representa un ingreso que les ayuda a salir adelante. Y más allá de lo económico, esta labor es un motivo para reunirse, conversar y compartir. Cada miembro tiene su función y entre risas, recuerdos y manos que no paran, el día se hace llevadero.

“Uno no sabe hasta cuándo podrá seguir, pero mientras pueda, aquí estaré”, dice con una mirada cansada pero llena de satisfacción por todos sus años de trabajo honrado.

En tiempos donde todo parece ir más rápido, don Facundo Gavilánez resiste con la calma del campo, con la fuerza de los que no olvidan y con la convicción de que lo heredado no se abandona. Y mientras en Cedropamba siga girando su molino, la tradición estará a salvo.


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